La marcha de los indignados en 193 ciudades del mundo parece que habla por la herida de la sociedad capitalista. No obstante, no parece haber consciencia de las causas de la enfermedad sino del dolor de los síntomas. Unos se pronuncian en contra de los recortes a los servicios esenciales del estado. Otros están sufriendo la pérdida de su vivienda, adquirida con los ahorros de toda su vida, otros llevan mucho tiempo sin conseguir empleo, desde que se graduaron y no saben a quien o a que echarle la culpa. Perciben todos que los ricos y sus bancos y empresas, como dueños del poder y de la toma de decisiones han escogido recortar los puestos de trabajo y presionar la rebaja en los impuestos para aumentar sus ganancias. Ademas han promovido la reducción del gasto publico dirigido a a los servicios de salud y educación para que el estado pueda pagar las deudas adquiridas con sus bancos o negociadas en la bolsa, con títulos comprados por ellos como dueños del capital. Le piden al gobierno que actúa como su secretario ejecutivo, que apruebe subsidios para compensar las perdidas de sus empresas y de sus bancos y evitar su quiebra. Como si fuera poco esas expectativas y noticias desfavorables han terminado por bajar los precios de sus acciones y el valor de sus empresas.
Lo que perciben los indignados son los efectos de la crisis y no sus causas. Aunque los ricos y sus políticos tienen ese poder decisorio y emplean su influencia a favor de sus intereses, realmente la cadena de causas se origino en el desempleo tecnológico y en la tendencia a buscar que sus procesos productivos se realicen en países donde los costos de la mano de obra son muy bajos o para decirlo en otros términos donde la tasa de explotación de los trabajadores es muy alta. Lo extraño y muy paradójico es que un país como China, que se considera a si mismo como socialista, se haya convertido en una ensambladora de productos con marcas de empresas europeas y norteamericanas ofreciendoles la ventaja de poder explotar a sus trabajadores.
Aunque no se descarte que los impuestos a las transacciones financieras y en general a las ganancias del sector financiero y especulativo puedan significar una solución acertada, es muy difícil que se tomen estas medidas por su costo político. Si ello no es así, el escenario que viviremos en el año siguiente es impredecible y explosivo.
Ademas esta el tema del subsidio al desempleo producido por los patronos tanto por las decisiones de automatizar sus empresas, como por encargar a China e India que fabrique sus productos (China fue el país con mas alto crecimiento del último año -9.1%) y que, en mi opinión, es la única alternativa para evitar las peores consecuencias de la crisis.
Desafortunadamente ni las maquinas ni los robots, salen a comprar a los supermercados, ni los trabajadores chinos e indios devengan salarios como para comprar la producción de lo que fabrican para las empresas capitalistas, aunque si aumentan los desempleados de la metrópoli. Sin compensar a los desocupados no habrá luz al final del túnel.
Comparto tu opinión, también creo que por más que las empresas tecnológicas creen abundantes mercancías, si nadie tiene dinero para comprarlas, poco a poco los inventarios ahogarán a esos productores, y caerá la ruina sobre ellos… Qué paradoja la de este capitalismo voraz que terminará estranguándose a sí mismo. Hasta pronto Francisco y gracias por tus reflexiones.
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En un interesante vedoe del psicologo Csikszentimhalyi sobre la teoria del flujo, en la que se postula que las personas pueden entrar en experiencias parecidas a las misticas, eran más felices cuando estaban en una sociedad menos industrializadas, y en las que se etraba en mayor contacto con la naturaleza. El trabajo tenia mucho mayor sentido, ir por agua, labrar la tierra, generaba mayor felicidad y bienestar. Con respecto a la paradoja del capitalismo, avanzamos más tenemos un mejor nivel de vida pero al mismo tiempo somos más infelices. Te dejo el link del video para que lo veas.
Un saludo, y gracias por dar este toque crítico a la sociedad. A veces por estar en el agua, no vemos la pecera.
Mónica
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